La verdad es que no se si a algún estudioso se le ha ocurrido la idea de elaborar, como poco, una tesis doctoral sobre la evolución en el nombre de los vinos en este país. Y es que hemos pasado de llamar a los vinos por el nombre del dueño de la bodega (Muga, López de Heredia), o por nombre noble del propietario (Marqués de Riscal, Marqués de Griñón), o por homenajear a nuestros antecesores (Do Ferreiro), o por la uvas con las que se ha elaborado (TNS -a saber: touriga nacional y syrah-), o del pago de donde nacen las uvas que luego dan lugar al vino en cuestión (Pago de Carraovejas, Pago de los Bancales), o el nombre del mineral predominante en el terroir (Pirita),…  a darles unos nombres que parecen nacidos de una noche loca: Terrible, La Bruja Avería, La Zorra o De Puta Madre, entre otros.

Vino del hijo del herrero

¿Se imaginan a ustedes diciéndole al camarero «póngame una Zorra» o «un De Puta Madre«? y no digamos si al llegar le pedimos a La Bruja Avería y de momento -muy educadamente- nos contesta que sólo le quedan Espinete rosado y Don Pimpón Fermentado en Barrica.

¡Por favor! Como petición a los que dan nombre a los vinos -de los que no he discutido la calidad de los mismos- ¡piensen un poco en el consumidor final! y eviten que nos salgan los colores -o nos los saquen- por el simple y gozoso hecho de pedir un vino.

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