Tomando como título de esta entrada el del libro de Aturo Pardos -recientemente reeditado y que recomiendo a todos aquellos amantes del vino y sean gente de mente abierta-, quiero comentar lo que a uno servidor ,y me consta que a gran parte de los mortales, se encuentra cuando entra en un establecimiento y desea tomarse un vino, ya sea por copas o por botellas.
Siempre me ha llamado la atención -y creo que ya lo he comentado en algún post- no tanto cómo se sellan las dentaduras postizas, sino como se despegan -algo que nunca explican en los anuncios- y de la misma forma nunca me he explicado cómo es posible ofertar «tropecientos» vinos por copas sin tener un sistema de conservación de la botella una vez abierta. Porque claro, no es lo mismo que te ofrezcan Vega Silia por copas y no sepas cuál es el sistema que ha permitido mantener el contenido en perfectas condiciones de conservación y temperatura. Y de eso hay un carro. Desparramas la vista y lo único que ves son botellas sobre la barra con el tapón de corcho puesto como único sistema de sellado.
No digo que fuera obligatorio contar con un equipo dispensador de vinos por copas de los que inyectan nitrógeno evitando la oxidación del vino, a la vez que mantienen la temperatura óptima de servicio para blancos y tintos -aunque se debiera-, pero hombre ¡ni un miserable Vacuvin!.
La verdad es que he llegado a la conclusión de que la inexistencia de estos y otros sistemas de conservación del vino está apoyada en la creencia -errónea- por parte del hostelero de que el cliente bebe sin exigir -o desconocer- este tipo de medidas y si apenas distingue un vino de la Ribera del Duero de un vino de la zona de La Mancha ¿para qué me voy a molestar en invertir en esa mejora?.
Otro punto a tratar es el tema de la cristalería, porque el fabricante de modelo Princesa debe ser multimillonario, pero da pena servir un buen vino en tamaña copa -y hay veces que el contar con la Princesa no deja de ser un lujo-. Por favor ¿porque no invierte usted en una vajilla digna?. De verdad que se lo vamos a agradecer, y muchas veces se rompen más copas por el mal manipulado de operarios -lavado, secado, …- que por los propios clientes. Se puede ser más sofisticado, y comentar que dependiendo de la copa en la que se sirve un vino las sensaciones son distintas, pero con un tipo de copa digno el vino se disfruta mucho más.
Llamar la atención de que al igual que en la industria textil se pide la homologación de las tallas, en la hostelería se homologue la cantidad de vino que se sirve, aunque en este caso hay que decir que reina la talla más bien XS, y no me extrañaría que de una media de 6 copas de vino por botella estemos cercanos a la docena, eso sí al mismo precio, con lo que en vez de beber una copa de vino, lo que haces es rozar el contenido y sentir una ligera humedad en la boca con unas sensaciones retronasales inexistentes, y oiga ¡tomar una copa de vino para no disfrutar es tontería!.
Punto y aparte es el tema de la temperatura -en gran parte solventado si tuvieramos un armario con temperatura controlada- y que a veces te da la sensación de que el vino está a punto de «ebullición», sobre todo si la copa nos la tomamos en verano porque parece que la máxima de servir el vino «a temperatura ambiente» se suele extrapolar a la temperatura que se tiene en la Plaza de España de Sevilla en pleno mes de agosto. Y por favor no me menten la moda de añadirles dos «piedras» de hielo al vino blanco de Rueda que tan de moda se puso este verano. ¡Aberraciones las justas!
Por último comentar la sensación de tener un lacayo a tus espaldas -como si me sirviera el mayordomo de Downton Abbey- que está a la espera de ver medio vacía la copa para seguir rellenándola y marcarte un ritmo de consumo cercano a la velocidad en la corta distancia.
Bueno, estos son unas pinceladas de lo que nos solemos encontrar, pero seguro que podéis aportar más. Así que os animo a que entre todos elaboremos un manual de las buenas costumbres en el servicio del vino.
Tenéis mi blog a vuestra disposición.
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