La verdad es que tenía ganas de escribir este post habida cuenta del penoso pan que no sólo nos sirven en la mayoría de los restaurantes, sino de la escasa variedad y calidad con que nos encontramos en panaderías y supermercados, salvo honrosas y escasas excepciones.

No comprendo como en este país, y más concretamente en mi ciudad, Salamanca, enclavada en zona  cerealística hemos caído en un consumo de pan de tan pobre calidad.

Antes en los obradores veías descargar harina y ahora lo que ves es descargar cajas de pan precocido y congelado. Antes ibas al obrador para recibir ese olor tan agradable del pan hornéandose, ahora se va a la gasolinera a comprar el pan y salir oliendo a gasolina 98 octanos.

Basta con comprar una de esas baguettes precocidas -y mal fermentadas- que una vez llegas a casa o bien han sufrido una disfunción erectil grave o bien necesitas que te presten una marra para poder hincarle el diente, o esos panes que parecen haber sido pasto de un psicópata del estilo Norman Bates a la hora de hacerle los cortes y que al final en el proceso de cocción han dejado la miga reducida a una mera anécdota. ¡Y no digamos de las barras de leña a la que no tienen ni el gusto de conocer!. ¡Ah! y no se le ocurra dejarlo para el día siguiente porque sufrírá lo que yo llamo el efecto «masticado de tabaco», sí como en las películas del oeste, una sensación de que lo que mascan se va convirtiendo en un bolo alimenticio incapaz de digerir, pero, por favor, ahórrense la escupidera.

Pero en el fondo luego vemos las panaderías, obradores y demás establecimientos en los que se venden tamaños engendros y se encuentran llenos o con cola para recoger a la criatura panificada con lo que me lleva a plantearme una pregunta: ¿realmente valoramos lo que es un buen pan o nos dejamos guiar por la oferta o miniprecio de turno en detrimento de la calidad?.

De un tiempo a esta parte está proliferando -entre los que me encuentro- auténticos buscadores de buen pan o, presas de la locura, nos atrevemos a elaborar  -con mejor o peor fortuna-  el nuestro propio. Claro que entonces pasamos al estado de carencia «harniera» ya que póngase usted a buscar harina de centeno, de castaña, de cinco cereales, … Al final pasas de preguntar por los obradores y acabas, como casi siempre, entrando en una página web especializada que te vende desde todo tipo de harinas, hasta los moldes, rasquetas y cuchillas varias, piedras de horno y todo tipo de «artillería».

No quiero dejar pasar la ocasión para que nos digan, indiquen, señalen,… dónde han encontrado ustedes un buen pan al que llevarse a la boca porque tenemos que salvaguardar ese legado histórico y evitar que se pierda el poder comer un buen huevo frito acompañado de un buen pan candeal.

¡Al pan, pan, y al vino, vino!, pero por favor, que sean de verdad.

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