La verdad es que se me hace difícil pensar que nos interesa tener una mínima cultura vinícola cuando aún existen un número importante de establecimientos de hostelería en los que podemos observar, desde el otro lado de la «trinchera», una serie de aspectos, cuanto menos inexplicables, al pedir una copa de vino.

A saber:

1.- ¿Le ha explicado alguien al «personal» cómo se deben de abrir las botellas de vino -y no digamos ya las de cava a los que a algunos les encantaría romper la barrera del sonido con el estruendo del tapón-?.

Aún se pueden observar «artistas» que te rajan la cápsula de arriba a abajo -cual Hannibal Lecter en el  Silencio de los corderos- o te la cortan al ras -y damos gracias de que ya no sean de plomo- o en vez de rotar el sacacorchos giran la botella cual maracas de Machín.

Cierto es que con la proliferación de las Escuelas de Hostelería se ha notado menos incidencia en estos aspectos y cada día hay mejores profesionales, pero, como las meigas, haberlos, haylos.

2.-¿Saben a qué temperatura se debe de conservar el vino y a cuál servirse?.

Todavía hay lugares en los que el servicio a «temperatura ambiente» se lleva a rajatabla y oiga, ¡un tinto a 30º!,  para un catarro sí, pero para disfrutar de una copa…¡Y luego decimos que el vino nos calienta la boca!

Habría que decir que en este aspecto la proliferación -nunca lo suficiente- de enfriadores de botellas y de armarios de conservación ha sido llamativa, supongo que más por bajada del precio del aparato que por otra cuestión, pero vamos, agradecer se agradece.

3.- ¿Le ha explicado alguien que el vino es un ser vivo que evoluciona de forma rápida en contacto con el oxígeno?.

Y no estoy pidiendo un equipo dispensador con inyección de nitrógeno  o de cualquier gas inherte que evite esa oxidación -que sería lo suyo y daría una mejor rotación a los vinos, y un mayor «empaque» al establecimiento-, pero vamos un simple Vacu-vin no estaría mal ¡y no me dirán que sería una inversión ruinosa!

Nunca entendí el establecimiento que te ofrecía 100 referencias por copas -incluido Vega Sicilia- y jamás vi ningún artilugio que mantuviera el vino sin evolución una vez abierta la botella. ¿Tal vez al cliente le daba igual?, perdón, que esto es tema de la 3ª reflexión y hoy no toca.

4.- ¿Alquien les puede explicar que lo de servir dos dedos de vino varía, generalmente, en si el que te sirve es camarero o camarera?.

Sí, sí, no se rían que últimamente asisto a establecimientos en los que el personal es mayoritariamente femenino y las cantidades de vino depositadas en mi copa cada vez son más reducidas, y claro, si se le dice que dos dedos,… ellas suelen tenerlos más finos ¡y se nota!. Por eso el día en que se pueda dispensar la cantidad exacta -como ya se pueden hacer en algunos establecimientos «de vanguardia» en Madrid y Barcelona- la felicidad sería casi completa.

4.- Estoy de acuerdo en que las copas de vino de cristal y/o de vidrio suelen romperse, pero por favor ¡no nos pongan copas con un borde del grosor de los labios de Naomi Campbell! ya que las roturas entran en la parte del precio de la copa. No les digo que utilicen Riedel -aunque tampoco les pongo ningún reparo-, pero algo digno que para los precios que se cobran por copa no estaría de más.

5.- Por último -en lo que a mí se refiere y como inicio de futuras aportaciones por parte de los lectores- me queda la cuestión de la selección de vinos y la forma de itentan «hacer cultura» por parte del sector. Es llamativo el que en una ciudad media, como en la que resido, el 80% de los establecimientos manejen las mismas referencias en vinos por copas fruto de políticas agresivas del 5+3, del 10+4 o del 5+5. No les digo que renuncien al beneficio sin esfuerzo, pero hombre podrían colocar algunas de las novedades vinícolas existentes en el mercado ¡y a tan buen precio!.

En resumen, nos falta camino, sin duda menos que en años anteriores. Se ha avanzado, y no poco, pero aún nos queda por creernos que somos una potencia mundial a nivel vinícola y que a parte de cuidar el contenido de la botella ¡hay que cuidar también las formas!.

¡Ah, y antes de que se me olvide una recomendación de lectura obligada en las Escuelas de Hostelería!: El libro de Arturo Pardos «Cómo quiero que me sirvan el vino». Me lo van a agradecer.

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